A partir de las 22 horas, las calles quedaron desiertas, incluso los servicios de delivery fijaron este horario como límite para las entregas, evocando los tiempos de la pandemia. Con la ausencia de colectivos, clases suspendidas y comercios cerrados, la ciudad se encontraba en un estado de parálisis luego de una serie de crímenes violentos y el despliegue de fuerzas federales en respuesta a la escalada del narcotráfico.
A pesar de la presencia de las autoridades nacionales y las fuerzas de seguridad, incluida la convocatoria de policías retirados para proteger escuelas y hospitales, la sensación de seguridad aún no se había visto reflejada en las calles. El transporte público urbano e interurbano fue suspendido, los taxis escaseaban y la recolección de residuos se vio afectada, mientras que algunos comercios decidieron cerrar sus puertas temprano.
Los cadetes de servicios de entrega anunciaron su retiro a partir de las 22 horas debido al temor de salir a las calles. Las principales vías de la ciudad, especialmente aquellas con alta actividad comercial y bancaria, se asemejaban al periodo de cuarentena por la pandemia del COVID-19, agravado por los paros de transporte.
A pesar de las medidas de fuerza, hubo incidentes reportados, como el caso de dos trabajadores de la basura que fueron amenazados por hombres armados mientras realizaban su trabajo. Mientras tanto, el gremio de trabajadores de transporte continuaba su paro en luto por la muerte de uno de sus miembros, extendiéndose hasta el día del funeral.
La incertidumbre y el temor también afectaron a otros sectores, como los remiseros, quienes decidieron no operar durante la noche ante la falta de seguridad. Las autoridades llevaron a cabo allanamientos y detuvieron a varias personas sospechosas de estar involucradas en los recientes crímenes, pero la situación aún era tensa.
En medio de este clima de preocupación, se mantenía una recompensa por información que condujera a la captura del responsable del asesinato del playero.
