WASHINGTON, EE.UU. – La venta de Alaska por parte del Imperio Ruso a Estados Unidos en 1867 es considerada hoy uno de los mayores aciertos diplomáticos y comerciales de la historia estadounidense, y un error catastrófico para Rusia. La transacción, inicialmente calificada como “la locura de Seward”, se demostró con el tiempo como una inversión inmensamente lucrativa, no solo en términos económicos, sino también geoestratégicos.
A pesar de la proximidad geográfica entre ambos territorios, separados por el estrecho de Bering, los lazos entre Rusia y Alaska se remontan a principios del siglo XVIII. A lo largo del tiempo, la lucrativa industria de pieles de nutria marina y las consecuencias políticas de la Guerra de Crimea (1853-1856) llevaron al zar Alejandro II a considerar la venta del vasto territorio.
En 1867, el entonces secretario de Estado de EE.UU., William Seward, lideró las negociaciones y acordó la compra de Alaska por $7,2 millones de dólares. La cifra, equivalente a poco más de $150 millones actuales ajustados por la inflación, fue notablemente baja para la superficie adquirida, que superaba los 1,5 millones de kilómetros cuadrados.
La “Locura de Seward” se convierte en un tesoro
Inicialmente, la compra fue ridiculizada por los críticos, que la consideraban un gasto inútil en una tierra desolada. Sin embargo, en menos de dos décadas, se desató una fiebre del oro que demostró el enorme potencial económico del territorio. A mediados del siglo XX, el descubrimiento de vastos yacimientos de petróleo en el norte del estado consolidó a Alaska como una potencia energética. La riqueza petrolera es tal que el gobierno local otorga anualmente una bonificación a sus habitantes.
Hoy en día, Alaska, que se convirtió en el 49º estado de EE.UU. en 1959, tiene una economía poderosa, con un PIB anual de $70 mil millones, una cifra que multiplica por 400 el precio original de venta. Además de sus recursos energéticos, el estado es una fuente de recursos ambientales invaluables, con más de 12,000 ríos y una gran cantidad de lagos.
Un movimiento geoestratégico
Además del beneficio económico, la venta de Alaska tuvo un componente estratégico fundamental. El zar temía que Gran Bretaña, una potencia en expansión, tuviera planes para el territorio. La venta a Estados Unidos, una nación percibida como una potencia en ascenso, resolvió este problema.
Con el inicio de la Guerra Fría en 1945, Alaska se convirtió en un puesto de avanzada militar invaluable para Estados Unidos, al ubicar tropas, radares y aviones en la puerta del territorio soviético. Hoy, la base conjunta Elmendorf-Richardson en Anchorage es un punto clave de preparación militar en el Ártico y un lugar recurrente para cumbres diplomáticas entre líderes de Estados Unidos y otras potencias, como la reciente reunión con homólogos chinos y el encuentro planeado con el presidente ruso Vladimir Putin.