Después de 182 días en la Casa Rosada, el gobierno ultra ha reducido las jubilaciones, congelado la obra pública y ahogado a las provincias, mientras la recesión provocada por sus políticas no muestra señales de detenerse.
En algún momento, la sociedad argentina se verá consternada al recordar que muchos apoyaron, justificaron y votaron por un gobierno como el de Javier Milei. Esta es una hipótesis. El tiempo necesario para asimilar este hecho puede tomar meses, años o décadas, una suposición algo vaga.
El bochorno actual de la política argentina no se limita a un presidente que despliega crueldad en cada una de sus acciones, como ningún otro presidente democrático de centroderecha o derecha.
No es casual que, además del apoyo recibido en las urnas, las formas de Milei afecten las relaciones sociales y encuentren eco en sus adversarios. La estridencia, vulgaridad y violencia que Milei llevó a la jefatura de Estado se reflejan diariamente en opositores y medios de comunicación antimileístas.
Carlos Menem, Fernando de la Rúa y Mauricio Macri, a pesar de sus diferencias, siguieron líneas liberal-conservadoras, apelando a un “último sacrificio” redentor para llevar a Argentina al éxito. Ninguno actuó con el grado de desprecio y odio que Milei muestra hacia sus adversarios y los millones que sufren sus medidas.
Javier Milei se dirige a la Asamblea Legislativa el 1 de marzo de 2024.
Martín Vicente, investigador sobre las derechas en el Conicet y docente de la Universidad de Mar del Plata, conecta la narrativa de Milei con el “cambio de mentalidad” propuesto por José Alfredo Martínez de Hoz, reflejado en la terminología coincidente de ambos economistas.
El infiltrado
El gobierno ultraderechista de Milei muestra otra característica esencial: la torpeza como estrategia gubernamental. Milei ha admitido que su objetivo es destruir el Estado “desde adentro”, “como un topo”, lo que sugiere que los arribistas y empresarios que lo rodean fueron seleccionados con un propósito premeditado.
Las partidas sociales no ejecutadas, las obras públicas abandonadas, los recursos humanos valiosos expulsados, los alimentos que se vencen en depósitos, los negocios obscenos permitidos, las muertes por falta de medicamentos y los programas científicos estancados no se deben solo a incompetencia, sino a una decisión política de desmantelar “el colectivismo” representado por la existencia del Estado.
Este capítulo de individualismo exacerbado, donde el disfrute del sufrimiento ajeno parece fundamental, va más allá de los hermanos Milei.
El violento y auspiciado tertuliano que irrumpió en la televisión supo navegar y fomentar una era. Mientras Milei gritaba en estudios de televisión y sus vídeos se viralizaban, Agustín Laje y Nicolás Márquez emprendían una “batalla cultural” con bestsellers y conferencias, el periodismo tóxico calentaba el ambiente, y muchas familias sentían que “el Estado presente” y “la década ganada” se habían convertido en consignas vacías. Los referentes políticos, incapaces de cumplir sus promesas, dejaron de hablarle a un porcentaje significativo de la población.
El entretenedor
El escritor Marcelo Figueras interpreta el ascenso de Milei como un entendimiento del relajamiento del concepto de Estado-Nación en beneficio de las corporaciones y un cambio en las prioridades de las nuevas generaciones.
La erosión de ideas como el ascenso social mediante el trabajo y la pertenencia a una comunidad fomenta la apuesta individual por la salvación. Bajo esta perspectiva, el esfuerzo personal “pese” y “contra” el Estado, y la búsqueda de un golpe de suerte en el juego online, son ejes con los que Milei supo conectar.
Figueras observa que Milei se concibe a sí mismo como un entretenedor constante, cambiando de personaje para mantenerse en el centro de atención.
Marcelo Leiras, director del departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de San Andrés, señala el odio a los pobres como un elemento constitutivo del ascenso de Milei, manifestado de manera desembozada en la puja política y aceptado en redes sociales.
La vía de La Libertad Avanza
La “batalla cultural” de Milei se centra en ejes narrativos y prioridades de actores políticos predominantes en las últimas décadas.
Vicente sitúa a La Libertad Avanza en la línea que nació con el fusionismo de las derechas en la década de 1960, consolidando un mínimo común denominador entre liberales, conservadores, religiosos, nacionalistas, y más. Inspirado en Murray Rothbard, Milei extiende la lucha contra todo colectivismo, atacando al feminismo, las minorías culturales, el indigenismo y el movimiento de derechos humanos, parte de su guerra contra el Estado y el “totalitarismo progresista”.
Shila Vilker, directora de Trespuntozero, destaca la vigencia de la “batalla cultural” de Milei. Las disputas oficiales contra los derechos de las minorías LGTBI, el aborto y las luchas feministas encuentran un terreno fértil en un sector de la sociedad.
Márgenes de la motosierra
La retórica de Milei contra “la casta” y “los chorros de los políticos” lidera el ajuste durante su primer semestre en la Casa Rosada, basado en la reducción de las jubilaciones, el congelamiento de la obra pública y la asfixia a las provincias. La recesión y los anclajes terraplanistas sobre inflación, pobreza, déficit y deuda no parecen tener fin. Los economistas coinciden en que la recuperación será lenta, incluso si ya se hubiera tocado fondo.
La pregunta es, ¿hasta qué punto el deterioro de las condiciones materiales de la clase media y los más humildes, que votaron significativamente por Milei, podría marcar un declive irreversible para su proyecto ultraderechista?





