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jueves, junio 19, 2025
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    El Faro a Colón y las Leyendas en República Dominicana sobre los Restos de Cristóbal Colón

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    En Santo Domingo, se encuentra un monumento dedicado a Cristóbal Colón, considerado el descubridor de América. Sin embargo, este monumento, conocido como el Faro a Colón, lleva años sin encenderse.

    En los años noventa, la gente solía emocionarse cuando se encendía el Faro, proyectando una luz en forma de cruz en el cielo. La República Dominicana estaba dividida en opiniones sobre este monumento: algunos lo consideraban un derroche en medio de una crisis energética, mientras que otros lo veían como una bendición para el país.

    El Faro a Colón se construyó en la parte oriental de Santo Domingo y se asemeja a una estructura futurista de cemento gris, destacando por su sobriedad en contraste con la vibrante cultura dominicana. Se supone que su diseño representa una cruz, pero muchos tienen dificultades para reconocerla claramente.

    La luz del Faro, cuando se encendía, proyectaba un resplandor que algunos atribuían a la influencia de las nubes, mientras que otros creían que se debía a noches despejadas. Con el tiempo, la atención hacia esta luz disminuyó, y finalmente, el Faro se apagó permanentemente.

    Este monumento alberga los supuestos restos de Colón, lo que puede resultar confuso para algunos, ya que tradicionalmente se cree que sus restos están en la Catedral de Sevilla, España. Sin embargo, la historia de los restos de Colón es intrigante y controvertida, involucrando traslados y exhumaciones a lo largo de los años.

    A pesar de la confusión, el Faro a Colón sigue siendo un monumento importante en la República Dominicana. Sin embargo, en los últimos años, ha caído en el olvido y su estructura se ha deteriorado. La controversia en torno a Colón y su legado ha contribuido a que el monumento pierda relevancia, a pesar de su imponente presencia en Santo Domingo.

    El empleado de la taquilla, quien llevaba gafas, mostró preocupación ante la presencia de dos dominicanos en un martes a esa hora, casi a punto de cuestionarnos sobre nuestras ocupaciones.

    Le pregunté: “¿Quién suele visitar el faro?” al observar que el interior estaba vacío. Él respondió: “Principalmente turistas y estudiantes de escuela”, y luego nos informó que aproximadamente treinta mil visitantes acuden cada año.

    Los turistas realizan un itinerario que incluye el faro, así como otros lugares de interés como los Tres Ojos y la Zona Colonial, aunque en esa mañana no había llegado ningún grupo turístico.

    Al explorar el mausoleo, noté que su interior estaba cubierto de mármol blanco altamente reflectante y tenía un techo de hormigón. Me di cuenta de que, mientras que desde el exterior el monumento parecía serio, gris y frío, en su interior exhibía un estilo barroco, anacrónico y un toque del espíritu caribeño.

    Una guía joven y agradable llamada Cristal nos condujo por las intrincadas salas. Después de admirar las 21 pinturas de vírgenes latinoamericanas de Ada Balcácer, nos dirigimos al ala sur, donde se encontraban la capilla de Santa María de la Rabida, la Sala del Descubrimiento y la colección de retratos del Almirante.

    Nuestra guía nos explicó que el primer retrato de Colón se creó cien años después de su fallecimiento y que la abundancia de retratos solo nos ofrecía una idea de su apariencia. Lo más impresionante en esa sala era el ancla de la nao Santa María, hallada en Haití cerca de donde se había hundido.

    Según la idea original de Gleave, la exhibición de los pabellones internacionales debía incluir solo a los países del Nuevo Mundo, pero a medida que avanzamos, notamos que también se presentaban países europeos y asiáticos. La presencia de Japón tenía sentido debido a que Colón creía que había llegado a Asia y había identificado algunas islas caribeñas como Cipango. Además, los japoneses habían cedido importantes piezas.

    Por ejemplo, se exhibía un arcabuz del siglo XVI, que había sido robado del Faro en 2011 y posteriormente recuperado. Sin embargo, la presencia de la India podría parecer menos relevante, dado que Colón pensaba haber llegado a esas tierras, pero el pabellón destacaba un gran póster del Taj Mahal que ocupaba toda una pared en lugar de enfocarse en este aspecto histórico.

    Luego, pasamos al ala norte, donde se encontraban los países del Nuevo Mundo, culminando en una sala dedicada al Papa Juan Pablo II. Allí se exhibía la casulla que llevaba durante la misa, algunos cuadros alegóricos y recortes de prensa de sus tres visitas a la República Dominicana. Además, en la fachada norte había catorce lápidas de mármol con su mensaje conmemorativo del Quinto Centenario y, unos metros más adelante, se encontraba el papamóvil que había utilizado en su última visita a Santo Domingo, resguardado en una estructura de cristal.

    Lo más impresionante en el interior del Faro era el monumento de mármol y bronce que albergaba los restos de Colón, una obra realizada por dos artistas catalanes: el escultor Pedro Carbonell y el arquitecto Fernando Romeu.

    En su parte frontal, detrás de dos leones negros que custodiaban los restos, se leía en inscripciones doradas: “E assi mismo especialmente encargó que su cuerpo fuese sepultado en esta ysla”. Estas palabras hacían referencia al Almirante y habían sido tomadas de su hijo Diego en su testamento, redactado en Santo Domingo el 8 de septiembre de 1523.

    Los restos de Colón se encontraban en un cofre negro en el centro del monumento, y en una placa de oro se indicaba la fecha de 1492, mientras que otra mostraba el escudo de Colón.

    Sobre el monumento, más allá del techo, se alzaba una estructura en forma de moña, que quizás sugería la idea de una luz que surgía del cofre y se proyectaba hacia el cielo como un holograma de la calavera del Almirante, guiando a los viajeros en su última travesía. Sin embargo, la guía aclaró que esta estructura no emitía luz y tenía una función puramente decorativa. Cuando le pregunté cuánto tiempo llevaba apagado el Faro, mencionó que estaba en proceso de remodelación y que, de hecho, hacía unos meses el alcalde de Santo Domingo Este había anunciado que sería encendido nuevamente, gracias a una donación de luces por parte de Alemania.

    Luego, le pregunté a mi esposa si alguna vez había visto el Faro encendido, y su respuesta vacilante me hizo pensar que tal vez su generación nunca lo había visto en funcionamiento.

    Al ver llegar al primer grupo de turistas, decidimos retirarnos, pensando que nunca volveríamos al Faro un 12 de octubre por nada del mundo.

    Este artículo fue originalmente publicado en el sitio web de Centroamérica Cuenta y forma parte de un proyecto de relatos sobre los países donde se realiza el festival itinerante.

    (Texto: Frank Báez, Fotos: Luis Valverde; CentroaméricaCuenta@BBCMundo)

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